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UNA CANILLA QUE GOTEA

Alvaro Bonanata

 
 
 
Hacía un par de horas que venía caminando bajo el sol por un camino polvoriento.
En un recodo del camino, junto a una arboleda, encontró un montón de piedras y una canilla de bronce que goteaba. Sobresalía unos treinta centímetros por encima de las piedras. Las gotas caían un cazo abollado de aluminio.
Lo recibió como un regalo. Le quedaba casi otro tanto de caminata para llegar al pueblo vecino.
Tocó el agua del cazo: estaba caliente. Lo vacío. Abrió la canilla y dejó correr agua hasta que saliera fresca. Enjuagó el cazo y lo llenó. Bebió con glotonería, casi ahogándose, el líquido le chorreaba por las comisuras.  Después varias veces llenó el cazo y se lo volcó por la cabeza.
Decidió que era hora de seguir. Cerró la canilla y puso el cazo donde lo había encontrado.
      -Plic… plic… plic
La canilla goteaba. La apretó más, pero el goteo no cesó.
      -Plic… plic… plic
No había manera.
El cazo se iba llenando. Con cada gota se hacía más grande. Las copas de los árboles comenzaron a reflejarse en el espejo de agua. Y el sol. Pronto se levantó una brisa y las imágenes empezaron a distorsionarse.
El cazo le resultaba tentador.
     -¿Por qué no? Todavía tengo tiempo – pensó.
Se sacó la ropa –quedó en calzoncillos– y se zambulló.
     -El agua está increíble. Esto es mejor que en un arroyo. Jamás tienen aguas tan cristalinas.
Caminó hasta la parte más honda. Justo debajo de la canilla. Se estiró y logró alcanzarla. Con el índice de la mano derecha taponeó la salida. El agua bajaba por su mano y su brazo. Le causaba gracia.
     -Plic… plic… plic
Empezó a perder pie. El cazo estaba creciendo. Y el nivel del agua. Se asustó. No sabía nadar.
Se fue para el borde, donde el agua casi le llegaba la cintura.
Se sentó. La curvatura del cazo le resultaba cómoda. Podría hasta dormir una siesta.
Se entretuvo tirando piedras y haciendo sapitos. Algunas piedras golpeaban el otro borde con un sonido metálico apagado. Sentía las vibraciones en la panza.
Había pasado como media hora cuando oyó voces. Al menos dos hombres venían por el camino y se dirigían hacia donde él estaba.
Salió rápidamente y se vistió sin secarse.
Vació el cazo y lo enjuagó. Era lo menos que podía hacer. No le parecía justo que otra persona bebiera donde él se había bañado.
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