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ALONSO EL CHAMÁN
Ariel Azor
Desde hace ya algunos años padezco lo que se llama la enfermedad de Chagas, esta proviene de la picadura de un bichito llamado Vinchuca. Por lo general este bicho oriundo del norte de Uruguay, de Brasil y de Argentina se cría en los ranchos con techos de paja o quincho. Casi siempre al picarte afecta el sistema circulatorio y te corre por la sangre hasta que te llega al corazón y te mata, pero ese no fue mi caso, a mi me afectó todo el aparato digestivo y lo he podido sobrellevar hasta el día de hoy.
Ahora lo que voy a hacer es contarles cómo fue que me agarré yo esa enfermedad:
            No se viste cómo los demás que lo rodean con túnica blanca o celeste, sino así no más, como se le da la gana. Es el más veterano, escuchado y solicitado en el templo. El día que me atendió llevaba un short cortito y floreado, una camiseta blanca, transparente, que le quedaba corta y dejaba ver su prominente panza. Calculé que tendría unos cincuenta años. Le conté que desde hacía un tiempo me sentía muy mal, que había ido al médico, quien me había dicho que lo que tenía era que me había agarrado un virus en alguno de mis viajes por el Amazonas y el Perú.  Alonso, afirmaba con la cabeza y me contó que el también había andado por el Amazonas, que allí había estudiado para chaman con los Indios Goaris, pero que siempre volvía mejor de lo que iba, al contrario que yo. Alonso, tenia los brazos tatuados y la cicatriz en su hombro izquierdo (que mostraba con orgullo) del impacto del rayo. Siempre decía que a un verdadero Chaman se lo conocía por si tenía o no esa cicatriz, que si en algún lugar deshabitado el rayo golpeaba a una persona esta y la tierra se juntaban y entonces unían energías y al transmitirla a las demás con las manos sanaban.
            ―Lo suyo no es fácil mi amigo, el bicho se despertó, camina adentro suyo como una manifestación de cansados de vivir como y la verdad, le digo, va a ser bravo detenerlo. Lo va comiendo de a poco, hasta diría que matando. Yo lo sé, me lo acaba de decir él  ―dijo señalando para arriba.
            ―Pero eso yo también lo sé, me lo dijo el doctor
            ― ¡Doctor, doctor! ¿De qué sirven esos? A ver, a ver, dígame ¿Qué solución le dieron ellos?
            ―Ninguna, ya le dije, dicen que no tiene cura. Por eso lo vengo a ver a usted
El olor a ruda que pasaba por mi cuerpo mientras me santiguaba era ya insoportable.
            ― ¡Escúcheme, los de esa medicina no saben nada y los que la practican tampoco! Yo tengo la solución, me lo acaba de manifestar él.
            ―¡Pero dígame, señor  Alonso, dígame! Hago lo que sea por salir de esta
            ―Bueno por ahora, por ser usted, son mil quinientos
            ―Si me cura le juro que se los doy  y mucho mas
            ―Prefiero que sea por adelantado y después vamos viendo.
Saqué los mil quinientos y se los di. “¿Ahora qué… que tengo que hacer?”
            ―Usted espéreme acá, yo ya vengo...
Fue a guardar la plata y al rato regresó. En su mano traía un bollón de vidrio con un insecto adentro.
            ―Mire amigo, a ver, esto es muy lógico, si usted lo que tiene es un bicho en su cuerpo, como dijo, que le corre por dentro, que se duerme y se despierta, que es microscópico…
            ―Si, dígame, dígame, para eso le pago
            ―Bien, lo que usted precisa es un bicho más grande que aquel y que se lo coma, es la ley de la naturaleza. La ciencia lo sabe y él también, me lo acaba de decir. Acá tiene, trágueselo, pero no lo mastique, que pase vivo. Bájelo con este preparado digestivo de yuyos que le traje acá.
Me costó un buen rato poder sacarlo del bollón, con mucho asco me lo tragué a pesar de su lucha para que no lo pudiera hacer. Coleaba, era resbaladizo, como una especie de babosita con una larga colita.
            ―¡No lo vomite he, sino va a tener que pagar por otro!
            ― ¿Y qué bicho es este?
            ―Se llama Vinchuca, mata y se come a cualquier otro que se le ponga en el camino. En una semana venga de vuelta y vemos.
Ya era tarde cuando llegué a mi casa ese día. Me acosté a dormir. Soñé esa noche que los dos bichos se peleaban adentro mío, veía a la Vinchuca esa corriendo al otro por mis venas, por mis arterias. Los escuchaba.
Me levanté a la mañana siguiente y los golpes de la pelea seguían repercutiendo en mi cabeza. La escuché a la otra más chica agonizar y dar su último suspiro.  
Pude retomar mi vida normal, mi tranquilidad, mis ganas de vivir y mi silencio de calma interior. Más feliz que nunca cada mañana abría las puertas de mí fabrica. Los empleados tan serios y amargados, como siempre, no entendían tanta felicidad en mi cara, pero claro a ellos no se los podía contar. Yo era el dueño y hasta ese momento nunca me habían visto sonriendo, ni saludarlos con un” buenos días” o” hasta mañana”. No me contestaban, planeaban hacer paro, les debía dos meses de sueldo y el aguinaldo.
Estaba en la oficina, almorzando y sacando las cuentas que toda empresa necesita, cuando una voz me dijo: “no me gusta el pollo”; miré para todos lados y no había nadie.
            ― ¿Qué?
            ―Me gusta la zanahoria y la lechuga  ―contestó mi voz interior, que no era mía. Sonó como salida de un caño metálico, como venida de las profundidades del infierno. Como si fuera lo peor de mí.  
            ― ¿Qué?
No me habló más ese día. Toda la tarde estuve haciéndole preguntas, comiendo lo que me había pedido. A la noche fui a ver a Alonso.
            ―Pero este bicho me habla, ¿entendes, como puede ser Alonso?
            ―Mire, lo que pasa es que se siente muy solo, espere un poco acá, ya vengo…
Fue y trajo un bollón nuevamente
            ―Escúcheme, esta es una hembra, esto va a hacer que se sienta acompañado y se olvide de usted. Son mil setecientos. Las hembras son más difíciles de encontrar
Le hice un cheque y se lo di. Ya con experiencia no me fue tan difícil tragarme de un sorbo a aquella bicha. Volvió la calma, los ruidos y las voces desaparecieron. Aumenté de peso, me sentí con nuevas energías. (Al fin ahora si me había curado) pensaba yo en ese momento.
Pero a los pocos días todo empeoró. Ruidos de niños chicos y gritos de padre reclamando más lechuga y zanahoria para alimentar a sus hijos se escuchaban a cada rato y en cualquier lugar que me sentara quedaba un rastro de baba. Fui a ver a Alonso nuevamente.
            ―¡Escúchame Alonso, no me dejan en paz, no me dejan descansar, se pelean, juegan, gritan, son una cantidad y los padres rezongan y rezongan todo el día. Me voy a volver loco Alonso, ¿entendes?, me voy a volver loco y ando dejando rastros de baba por todos lados. Vos me los distes, sácamelos por favor!
            ―Mire, amigo, sabe lo que pasa, el bicho formó familia y ahora… ¿Quién lo para? Es como cualquiera, como nosotros, aunque un poco más chico. Unen fuerzas y te van dominando, no solo tu cuerpo sino también tu psicología. Quieren ser dueños de sus vidas, ser libres y saben que deben destruirte para ello. Usted es ahora el enemigo.
            ― ¡He llegado hasta tomar un trago de veneno! ¿Entendes? Te pago lo que sea, decime, sálvame por favor
            ―Mire, si aguantaron todo el veneno que tiene adentro, ya está. Se cansaron de vivir una vida miserable, entre las miserias de sus migajas. Dentro de poco usted desaparecerá y se transformara en ellos. Así que vaya y guárdese su plata, no me confunda, ¿que se cree?, yo también soy una Vinchuca.
Vinieron los que si usaban túnicas y tenían largos picos y me sacaron para la vereda. Fui hasta mi casa y me acosté. Me levanté a la mañana siguiente, arrastrando mi débil cuerpo. Había decidido no comer más para que se murieran de hambre. Los gritos reclamando lechuga y zanahoria adentro mío eran insoportables y cada vez más fuertes. Se me estaba formando una colita y me arrastraba como un gusano. Llegué a la fabrica y un cartel en la puerta anunciaba que había sido tomada por los obreros que de ahora en más la manejarían tipo cooperativa. Los perros me ladraban, hasta los de mi casa. Alonso estaba con su hija, que era mi secretaria, con un megáfono hablándoles a todos. Me fui evitando que me vieran, asustado y como pude. Quise acostarme a dormir pero no llegué a subir a la cama, mi cuerpo se había achicado y resbalaba en todos lados con mi baba. Quedé tirado en el piso y de a poco mi mente se fue apagando, veía y escuchaba distinto, ya no me daba cuenta de lo que había pasado, no podía llorar ni pensar.
 Me vino a buscar, se puso unos guantes y me metió en un bollón, ahora trabajo para él, para Alonso, como Vinchuca.
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