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CUATRO ABEJAS LOCAS
Daniel Benítez
En la celda 151 de La Colmena, la prisión más atestada del estado de Texas, la habitaban cuatro hombres que lo único que tenían en común era el asesinato.
John Forest alias el Lobo, era un diluido dakota a través del filtro de dos generaciones inglesas que no habían podido disipar el genético cuchillo del salvaje. David Stewart alias la Gaita, era rojo y en su negra mirada se notaba que se había devorado a todas las hadas de Escocia antes de emigrar a América.
Thomas Flint alias el Pastor, era un negro caricaturísticamente bíblico, murmurando en el momento menos pensado, rotas oraciones que a veces se mezclaban en un deforme susurro religioso. Sus plegarias nocturnas eran patéticas fantasías de su amorfa fe.
Rick Anderson alias el Maestro, era un rubio y rapado profesor de literatura inglesa. Era callado, y cuando hablaba utilizaba una síntesis enigmática que evocaba a Buda y la abundante ciencia ficción que consumía con avidez.
El devenir de la vida los había llevado a los cuatro al crimen, eran hijos de las caóticas corrientes de la inocencia. Si el error existe, este es la naturaleza, pues uno no puede dejar de ser lo que es o hacer lo que el programa genético indica, de lo contrario caemos en la enfermedad universal de las disciplinas que, desde Oriente a Occidente, sospecho que la menos perjudicial es la de ponerse a dormir.
Rick Anderson, en una de las cuchetas de arriba, cerró un libro de Arthur Clarke, apagó su lámpara, y se entregó una vez más al descanso mental en aquel sótano de la noche. Se durmió enseguida, agotado por la lectura que le liberaba de la idiotez de estar preso.
_¿Dónde estoy?
_En el infinito. Cada ser en lo que da del universo tiene su propio infinito.
_¿Quién es? ¿Yeats, Nietzsche?
_¿Acaso importa que sea Joyce, Hitler o Dunsany? Sólo debe importarte que estás en el océano de tu droga.
_No voy a preguntar cómo he llegado aquí, me basta saber que he brotado de la oscuridad, como lo hace el poema, el gato, el cuchillo o la luz. Pero, ¿qué droga?
El Maestro abrió los ojos, encendió la lámpara y giró la cabeza espectral hacia la cucheta de enfrente, suspendida en la semioscuridad a la misma altura que la suya. Lobo estaba mirándolo, sentado con sus piernas colgando, como una sombra orgánica estudiándole la respiración, espiando los bultos inquietos de su embolsado sueño.
_¿Qué haces observando mi dormir en las sombras? ¿Acaso es una ancestral costumbre india aún adherida en tus venas como una garrapata roja viendo pasar el río de tu sangre inglesa? ¿Me has hablado mientras dormía?
_Si te he hablado no sé que te he dicho Maestro. Tampoco entiendo por qué estoy sentado en la oscuridad, creí estar durmiendo hasta que encendiste la lámpara y me hablaste. Tampoco soy sonámbulo, mejor me vuelvo a dormir lejos de lo que no entiendo. Soñar con altos vientos de montaña es más simple que toda esta estúpida situación. Hasta mañana Rick, y apaga la lámpara por favor.
Al día siguiente, los rayos del sol que entraron por entre los barrotes del alto ventanuco, mostraron que Lobo no estaba en la celda, y algo más tarde los guardias supieron que John Forest no estaba en ninguna de las 500 celdas ni en ningún metro cuadrado de La Colmena. Ni boquetes ni barrotes cortados por ningún lado. Los interrogatorios, misteriosos círculos viciosos donde no existía la respuesta, tan sólo preguntas que se tornaban tuertas y luego ciegas. El alcaide de la prisión por un momento llegó a ver una finísima grieta en su gris ateísmo, que cerró inmediatamente con un puñetazo en su escritorio.
_Dios ha escuchado mis plegarias – dijo el Pastor -. Ha empezado su celestial tarea de liberarnos. No entiendo por qué se llevó a Lobo primero, tal vez tuvo en cuenta su sangre india, capaz de cultivar los gérmenes de la locura más rápido que otras sangres en este cubo enfermo fabricado por la justicia enana.
_Si es cuestión de sangre, tu serás el último en ser liberado, tu raza tiene una desmedida experiencia en tratar con la esclavitud, tanto que incluso decida no tenerte en cuenta en su celestial tarea de libertad- dijo el rojo Gaita. No entiendo tu idiotez religiosa, haber matado a alguien es lo único que brilla como un rubí indestructible en tu babosa vida cristiana. Sé todo lo que dice la Biblia sin haberla leído nunca, pues gente como tú está atestado el mundo, pero nunca he oído una de esas voces en una lengua tan defectuosa como la tuya.
_Ya David, deja tranquilo a Thomas con su maldita religión, tu vienes de una tierra incomprensible para la ciencia en lo referente a mitos, leyendas y laberintos de superstición- dijo Rick.
_Esa vieja Escocia está muerta Maestro. Todo ese veneno lo he sacado de mi sistema a escupitajos sobre todo tipo de cruces y árboles de Navidad, sin contar algún que otro salivazo en el rostro de algunos curas.
Esa noche las tres lámparas se apagaron tarde. Rick no pudo leer y fue el último en dormirse. El sueño continuó donde lo había dejado, cosa que no le asombró, era un mecanismo familiar de su estado onírico desde muy temprana edad.
_Pero, ¿mi droga?
_Si, esa entrañable combinación de sedante y excitante que son nombres de ciudades británicas en las nieblas de la fonética. Nombres de seres célticos hechos de sangre y hueso o piel de dibujo. Nombres de hierro mágico cortador de miembros y cabezas. Nombres de gaitas que son el otro cerebro que ciertos tipos cargan por los caminos donde la Historia y el Mito se destripan en memorias marginales. Nombres de caballos que galopan en el atlas bajo la lupa de Merlín.
_Me debo a mí mismo inventar mi propio lenguaje poético. Intuyo que estoy aquí para eso.
Rick despertó. Un aliento cálido que olía a cigarro aleteaba en su mejilla derecha. Encendió la lámpara y vio la cabeza roja de la Gaita, cortada por la oscuridad que terminaba en el borde de su cucheta, o por la luz que también convergía allí, en la cadavérica garganta de Stewart.
_¿Qué mierda hace tu podrida cabeza roja al borde de mi cama, veneno inteligente de ojos azules cuyos nervios son raíces en el vacío?
_¿Bellos y extraños sueños Maestro? Has despertado poético, hasta dormido eres un profesor de literatura inglesa. Si, has despertado y me has despertado. Regreso abajo a ver si puedo retomar la nada.
_¡Vete ya basura céltica!
_Ya me voy sífilis vikinga. Pero no te olvides que en esta celda, todos, inclusive el que se fue por los esfínteres de Dios, todos nosotros, antes que cualquier otra cosa somos caos norteamericano.
El día llegó, David Stewart no estaba en su celda. De las 500 celdas de La Colmena brotaba la ensordecedora alegría del crimen, el grito cósmico del sida y el aullido aterrador de la violación. Ni boquetes ni barrotes cortados. Los guardias una búsqueda enloquecida como si fueran muñecos a alta velocidad. Los interrogatorios fueron golpes violentos, no hubo preguntas civilizadas, como si la muda e invisible respuesta se las hubiese devorado. El alcaide Tom Denver envió una brigada especial a las inmundas cloacas de la prisión. Todo fue inútil, la Gaita no aparecía y en La Colmena donde la depravación concluye sus cielos de degeneración hasta la más alejada pesadilla, Dios comenzaba a existir.
_Oiga Maestro, si Dios se llevó un bocado de mierda roja a su boca, yo y usted debemos considerarnos desde ya salvados, no tenga dudas, tenga fe.
_Esto no tiene nada que ver con la fe Thomas, aquí ha penetrado lo desconocido, tal vez algo más horrible que ese invento espantoso que es Dios. Tal vez un virus selectivo que se ha metido en nuestras dimensiones y nos ha elegido entre dos millones de cerdos alejados de sus hijos, sus padres, sus perros y la felicidad.
_Por favor Maestro, recobre el profundo equilibrio que le caracteriza, al menos sea neutral en todo este lío de materias oscuras que han elegido la celda 151.
Rick leyó a Algis Budrys hasta las dos de la mañana con aquella insoportable letanía del Pastor que, no sé con qué técnica budista logró alejarla lo suficiente de sus oídos. Apagó su lámpara y trató de dormirse. El Pastor era un continuo rezo que siguió con la lectura de versículos que ni él mismo recordaba que estaban en la Biblia, como si esta tuviera páginas invisibles que ahora aparecían para reconfortarle en los reinos del miedo. Cerró la Biblia y repitió una plegaria para no dormirse, arrodillado en la oscuridad, pues había apagado su lámpara y sólo la luz de la luna amortiguaba un poco la huida total de las cosas desde el alto ventanuco con sus barrotes de acero, siniestro ojo de la tortura que nos despoja del párpado en la pesadilla.
_Intuyo que estoy aquí para eso.
_El racionalismo va hasta ahí no más, es lo que le pone límites a una realidad que se sospecha extensísima en lo que se refiere a regiones psíquicas, emocionales y aún físicas.
_Nuestras herramientas de exploración son una filosofía irrespetuosa para con el axioma ciego, el obstáculo ignorante de la fe y las raíces de corto alcance. El arte rebelde lleva a la desafiliación espiritual de los rebaños creados por el ideal que detesta el caos de ser una estrella, un canto rodado, un poeta en guerra con su propio pueblo, un agujero negro, un niño cuyo primer paso para descubrir una galaxia es ser perseguido por un cura de odio hasta los sótanos del amén por soplar una armónica pulverizadora de oraciones.
_Has llegado a tu infinito, desencadenándote de todas las gravitaciones que atentaron contra tu horrendo camino de mundos, tu belleza desprovista de números primitivos y conductas imbéciles que no tienen cabida en los mecanismos superiores del universo.
_Te he escuchado voz de mi infinito, ya tengo un par de versos en la punta de mi lengua.
_Escupe esos gusanos, quiero conocerlos, primeros átomos de una población de oro inteligente.
_SUEÑO QUE EL CAFÉ ME SUEÑA PARA SOÑARLO.
SOSPECHO UNA REMOTÍSIMA INTERVENCIÓN QUIRÚRGICA.
Rick abrió los ojos, la luna era polvo de hada en la oscuridad. Sin mover la cabeza, sus ojos dominaban toda la celda, hasta los ángulos ocultos, como si su mirada fuera una tecnología de infinitos efectos prismáticos.
Thomas aún era una plegaria arrodillada, de espaldas, al borde de su cucheta allá abajo. Levantó sus manos y vio unas garras de dinosaurio, metálicas y verdes. Su respiración era amplia y silenciosa, propia de una fisiología capaz de cargar órganos gigantes y una tonelada de tripas. Su cabeza era ágil y protuberante, portadora de una boca inmensa donde poseer cien estacas afiladas de potente calcio, y unos ojos que eran maravillosos globos romboides de negrura y que se extendían hasta unas pequeñas orejas donde ningún sonido podía pasar desapercibido.
Se sentó, y sus patas llegaron al suelo y su cabeza casi hasta el techo. Hizo lo mismo que con Lobo y la Gaita, de un bocado arrancó la cabeza de Thomas, luego le sacó los cuatro miembros con las garras y se los metió en la boca uno por uno. Por último, tomó el tronco del Pastor, lo masticó un par de veces y lo tragó.
Como siempre, sacó tres metros de negra y ancha lengua y limpió la celda hasta la última gota de sangre humana. Luego se dirigió hacia la gruesa pared gris que parecía haberlo visto todo con su frío ojo que era el ventanuco. Se metió en la pared como si ambas materias sincronizaran el átomo y el vacío a infinitos niveles microscópicos, y abandonó la celda 151.
Algo veloz e invisible se desplazaba a través de la galaxia.
_¿Estás aquí Lobo?
_Aquí estoy Maestro, no voy a pedirle explicaciones, sé que no las entenderé.
_¿Gaita?
_¿Y dónde más voy a estar? Somos las cuatro abejas locas de La Colmena.
_¿Pastor?
_¿Adónde vamos tan lejos de la Biblia señor Anderson?
_Seguro que lejos Thomas, muy lejos.
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